Hoy me he despertado cuando mi cuerpo ha querido, sin despertador ni nada, y la verdad es que lo necesitaba. Ya estamos en el día 17 de viaje y esto de estar al trote todos los días, algunos bastante durillos, ya se va notando bastante. La idea era despertarme tranquilo, dejar el equipaje preparado, desayunar, y dar una vuelta por el castillo de Okayama y los jardines Korakuen, pero el tiempo se puso caprichoso y amaneció la mañana lluviosa y con frío. Entre eso y que desde la habitación se veían los jardines un pelín secos en esta época, al final decidí quedarme en el hotel un rato más antes de ir a la estación a por mi siguiente tren.
Y es que en los dos anteriores viajes no había podido ir a visitar el Castillo de Himeji por aquellas reformas que estuvo sufriendo entre 2009 y 2015 si no recuerdo mal. Se podía acceder al mismo, pero la verdad, para ir a ver algo que está lleno de andamios me lo ahorro.
Pues tras coger el shinkansen desde Okayama, en una sola parada ya me encontraba en la estación de Himeji. Pasé por las taquillas a dejar la maleta y me eché a andar hacia el castillo. El paseo son unos 10-15 minutos, aunque si lo prefieres puedes coger un bus turístico que te deja en el castillo. El castillo ya se veía desde que bajé del tren, y es que está justo en línea recta con la estación, así que no tiene pérdida.
Ya en los terrenos del castillo, estuve sacando unas fotos y algún vídeo, aunque poco porque empezó de nuevo a llover y no quería que se mojaran las cámaras. Accedí a la zona donde se compran las entradas, teniendo dos opciones, la taquilla de toda la vida, o unas máquinas donde tú mismo metes el dinero (1.000 ¥) y seleccionas la opción que quieres. Ya dentro empiezas a darte cuenta de la majestuosidad del castillo, con su color blanco impoluto, de ahí que lo llamen también, el "Castillo de la garza blanca".
Ya se iba notando que entraba en la parte de Japón más típica para el turista, porque pasé de ser el único occidental en el 95% de los sitios a los que iba, a ser uno más entre muchos. La primera parte de la visita fue acceder a una torre y a un largo pasillo que la conectaba con otra estancia del castillo. Para ello era necesario quitarse el calzado, metiéndolo en una bolsa que llevas contigo, y ellos te facilitan unas zapatillas. Menos mal que tienen algunas de tamaño grande, porque intenté ponerme unas de las que usan los japoneses y parecían las de mi madre.
La visita está bien, ves alguna curiosidad que otra y te haces un poco a la idea de como podía ser la vida en el castillo en aquella época. Eso sí, vigila la cabeza porque hay algunos marcos bastante bajos y si te despistas te llevas un chichón de recuerdo.
Tras salir de las primeras estancias, pasé al edificio principal, donde íbamos subiendo varias plantas hasta llegar a la última. Aquí también subes en zapatillas, lo que le añade un puntito más de dificultad a subir por esas escaleras tan estrechas y, en ocasiones, empinadas. Algo que no esperaba era que prácticamente todas las plantas estaban vacías, sin ningún tipo de objeto de la época o similar. Como mucho encontré algunos objetos sacados de la última restauración, pero eso ya casi saliendo de la visita al edificio principal.
Por lo tanto, ¿es una visita que recomiende?. A ver, el castillo de Himeji es uno de esos sitios que entran en todos los itinerarios de un viaje a Japón. Si está dentro de tu ruta, pues sí, ve a verlo. Tiene su cosa recorrer un antiguo castillo japonés e ir imaginándote como fue la vida entre sus muros mientras lees los paneles informativos. Si me dices que vas a modificar tu ruta, o a dar un gran rodeo únicamente para verlo, pues ahí ya tengo mis dudas. Es algo que está bien ir a verlo, pero si me preguntas si volvería, te diría que no. Con una vez me vale y me sobra, tampoco es que me haya impresionado de tal manera que quiera repetir o lo considere algo imprescindible si vas a Japón. Dicho esto, no significa que no me haya gustado, simplemente que lo metería en la zona de los "visitables pero no imprescindibles".
Tras acabar la visita, ya era la hora de comer, y me había quedado con un restaurante que vi al ir de la estación al castillo. Su nombre creo que es Ekisoba, y por lo que he estado leyendo antes, es un restaurante típico de Himeji, que en sus inicios fue creado para que se pudieran tomar los fídeos en el andén de la estación. Es más, luego me fijé que había otro restaurante de estos en el mismo andén de la estación de Himeji. Pues eso, que entré al restaurante y se me acercó un chico a darme una carta, ya que debes hacer tu pedido en una máquina de tickets junto a la puerta. Rápidamente se me fueron los ojos a unos soba calientes con ternera que habían sacado nuevos. Y que gran elección, porque estaban buenísimos, y por 560 ¥.
Tras calentar el estómago y hacerme un poco más feliz, me fui del restaurante y puse camino de nuevo hacia la estación, donde tomaría un tren hacia la ciudad de Kobe, mi siguiente destino los dos próximos días.
Si bien es cierto que a la mayoría de gente le suena la ciudad de Kobe por su famosa carne, esta ciudad tiene bastante más que ofrecer. De ahí que haya decidido quedarme un par de días para recorrerla por primera vez y conocer un poco más sobre ella. Lo primero, es que la estación en la que me bajé, la JR Sannomiya, está atestada de gente, menudo agobio. Se nota que está en una de las zonas más movidas de la ciudad. Y me di cuenta rápidamente cuando empecé a ver muchas tiendas de cierto nivel, restaurantes por todos lados y centros comerciales enormes.
Pero antes de empezar a verla, fui directo al hotel, el Daiwa Roynet Hotel Kobe-Sannomiya, que está bastante cerca de la estación, a buen precio y la habitación más que aceptable. A falta de probar la cama esta noche, me parece todo un acierto.
Al salir del hotel puse camino hacia unas calles comerciales techadas que hay cerca de aquí, la Sannomiya Center Street. Es una calle bastante larga, con tiendas a ambos lados y hacia lo alto, así que vete mirando bien porque hay algunas en una quinta o sexta planta, como mi nuevo mejor amigo, Book-Off. Otra vez acabé metido en uno, y aunque aquí no habían figuras, había una selección bastante extensa de videojuegos. Al salir seguí recto por la calle, y al llegar al final del primer tramo bajas un poco y entras en otro nuevo. Tras unos pocos metros me metí por uno de los callejones que la cortaban, ya que mi intención era visitar el Barrio chino o Chinatown de Kobe. Se notaba que estaba en él por sus típicos faroles rojos y el bullicio de los puestos de comida.
Con tanto puesto vendiendo una especie de dumplings enanos, acabé cayendo en la tentación y me compré 6 por 380 ¥. La verdad es que ni fu ni fa, y juraría que en las fotos aparecían con más relleno, pero bueno, vete tú a discutírselo a la señora. Me senté a comerlos en el interior de una pequeña marquesina que estaba en la plaza central del barrio, que por cierto es bastante pequeño. Reconocerás la marquesina que te digo porque está rodeada de los animales del calendario chino, y además está todo el mundo sacándose fotos allí.
Al terminar de comer, estube buscando de forma infructuosa una papelera donde tirar el plato de papel, pero para no variar no aparecía ni una, así que me lo llevé de paseo de vuelta al hotel.
Y aquí estoy ahora, recién acabada de recoger la colada y deseando darme una ducha y tumbarme en la cama. Mañana toca conocer más de esta ciudad y probar su famosísima carne, que hace meses que reservé en un restaurante donde dicen que la sirven buenísima, a ver si es verdad. Si quieres saber si está buena o no, ya sabes a donde volver. ¡Hasta mañana!.
Échale un vistazo al vídeo del día de hoy, y recuerda suscribirte a nuestro canal de YouTube para no perderte nada ;)
Comentarios